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Claves semanales del 14 al 18 de julio de 2025

BBVA AM España

14 de julio de 2025

La política comercial estadounidense ha entrado en una fase de aguda incertidumbre. A medida que se extiende el plazo para aplicar nuevas tarifas recíprocas, los mensajes desde Washington se vuelven cada vez más contradictorios. Aunque solo se han alcanzado acuerdos con Reino Unido y Vietnam, se han enviado cartas a otros países con los aranceles que entrarían en vigor el 1 de agosto, manteniendo en esencia las tasas anunciadas durante el llamado “Día de la Liberación”. Esta aparente continuidad contrasta con las señales mixtas emitidas por el presidente Trump, quien ha afirmado que no habrá más prórrogas, aunque en otras declaraciones dejó entrever que aún no ha tomado una decisión definitiva.

Monitor de mercado

En paralelo, se intensifican los casos excepcionales. A Brasil se le ha amenazado con un arancel del 50%, justificado no por razones comerciales, sino por cuestiones políticas internas, como el juicio al expresidente Bolsonaro y la supuesta censura de redes sociales estadounidenses. Del mismo modo, se ha planteado imponer un arancel del 10% a los países BRICS por su presunto intento de socavar el papel del dólar como moneda de reserva. Este giro hacia el uso de tarifas con fines políticos marca un punto de inflexión en la política comercial, ampliando la incertidumbre sobre qué países podrían ser sancionados y con qué intensidad.

Canadá, hasta ahora relativamente al margen, también ha sido arrastrada al conflicto con la amenaza de un nuevo arancel del 35%, potencialmente en reemplazo del impuesto actual del 25% relacionado con el fentanilo. Aunque se ha asegurado que las mercancías protegidas por el tratado USMCA seguirían exentas, la falta de confirmación oficial deja abiertas muchas dudas.

Los aranceles sectoriales también se han expandido. El cobre ha sido el primero en verse afectado, con una tasa del 50%, argumentando motivos de seguridad nacional y el deseo de promover la producción doméstica. Aunque su impacto directo es limitado por su escasa participación en las importaciones totales, sienta un precedente que podría extenderse a sectores estratégicos como los semiconductores y la industria farmacéutica. En este último caso, el propio Trump ha insinuado tarifas de hasta el 200%, lo que tendría consecuencias significativas para los precios y las cadenas de suministro.

Para terminar de complicar el panorama, durante el fin de semana, el republicano anunció nuevos aranceles del 30% para las importaciones procedentes de México y la Unión Europea, a partir del 1 de agosto, lo que supone una escalada directa en la estrategia comercial de la Casa Blanca. Aunque Trump ha dejado abierta la puerta a ajustes si se logran acuerdos “mejores” antes de esa fecha, el tono de las cartas dirigidas a los gobiernos de ambas regiones refleja una voluntad de imponer condiciones más que de buscar compromisos recíprocos. En el caso de la UE, la medida corta de raíz el optimismo que había surgido tras los avances de la última semana, y amenaza con desequilibrar aún más las relaciones transatlánticas, ya tensionadas por la presión arancelaria en sectores como el automóvil, el acero o la energía. Para México, la amenaza llega en plena reactivación de los canales bilaterales, con un nuevo grupo de trabajo recién constituido, y pese a que el país ya coopera en temas de seguridad y migración.

Sin embargo, en este contexto de tensiones y amenazas, los mercados financieros parecen sorprendentemente indiferentes. A pesar del notable incremento en el riesgo de que las tarifas vuelvan a los niveles máximos del 2 de abril, los principales índices bursátiles siguen en máximos históricos. Nvidia ha alcanzado una valoración de 4 billones de dólares, empujando al S&P 500 a cotas que representan ya casi la mitad del PIB global anual. Solo activos directamente afectados por las últimas noticias, como el cobre o el real brasileño, han reaccionado con fuerza.

Este optimismo bursátil parece apoyarse en dos pilares. Primero, los datos económicos siguen mostrando resiliencia: ni la inflación ni el empleo han reflejado aún efectos negativos atribuibles a los aranceles. Segundo, existe la percepción de que, al ser decisiones unilaterales de la presidencia, las tarifas pueden ser revertidas fácilmente si sus consecuencias resultan dañinas. Esta idea actúa como una especie de red de seguridad para los inversores.

No obstante, este fenómeno podría generar un bucle de validación mutua: si los mercados interpretan las tarifas como inofensivas y reaccionan positivamente, esto podría alentar al presidente norteamericano a seguir endureciendo su postura. En efecto, Trump ha declarado recientemente que el mercado está respondiendo bien a su política, lo cual podría reforzar su convicción de aplicar nuevas medidas disruptivas.

La aparente contradicción entre la euforia bursátil y la caída de los rendimientos de los bonos del Tesoro a corto plazo sugiere una inconsistencia de fondo. Mientras las acciones descuentan un crecimiento robusto, los bonos anticipan recortes de tipos por parte de la Fed. Esta visión optimista solo se sostendría si la inflación continúa desacelerándose a pesar del aumento de los aranceles, un escenario posible pero poco probable, dada la magnitud del aumento tarifario.

Además, el crecimiento económico muestra ya signos de desaceleración. El gasto del consumidor se ralentizó en el primer trimestre y la inversión en activos fijos, salvo un repunte puntual en equipos informáticos, ha sido débil. Del mismo modo, los preanuncios empresariales de cara a la campaña de resultados del segundo trimestre también reflejan una percepción más negativa sobre el gasto de capital.

Sin embargo, no se espera que los próximos datos interrumpan este escenario. La inflación de junio en Estados Unidos. debería mantenerse contenida, con aumentos modestos en bienes y servicios. Se prevé que los efectos más notorios de los aranceles comiencen a notarse a partir de julio y alcancen su pico en septiembre. Mientras tanto, el estímulo fiscal derivado del “One Big Beautiful Bill” podría dar cierto apoyo al crecimiento, aunque su efecto será limitado por su bajo multiplicador, especialmente en el caso de los recortes de impuestos corporativos.

En este panorama, la política comercial se convierte en el principal foco de incertidumbre. Su desarrollo condicionará no solo la trayectoria de los mercados y la economía, sino también el margen de acción de la Reserva Federal, cada vez más presionada por un gobierno que prioriza la reducción del coste de la deuda pública sobre el control de la inflación. El riesgo de dominancia fiscal se cierne sobre el horizonte, en un entorno donde el pasado se convierte en referencia: un tiempo en el que los aranceles financiaban al Estado y los tipos de interés eran fijados con fines políticos más que económicos.